La obra de Miguel de Cervantes (1547-1616) es
contemporánea de la de otras importantes figuras de la literatura española como
Lope de Vega (1562-1635) o Luis de Góngora (1561-1627). Los tres escritores
forman parte de un período de las letras españolas en el que se produce la
transición del Renacimiento al Barroco, lo cual supondrá la culminación de uno
de los géneros más cultivados en el siglo de Oro: la poesía. La transición al Barroco supuso la incorporación de
otras corrientes poéticas que ampliaran el modelo petrarquista asentado durante
el Renacimiento, de modo que entre las décadas de 1610 y 1615 (fechas muy
próximas a la publicación de las dos partes de Quijote y las Novelas
ejemplares) contamos con textos tan importantes para la literatura española
como son La fábula de Polifemo y Galatea (1612)
y las Soledades (1612-1614) del poeta
cordobés.
Las características de la poesía barroca parten de un recurso común: el conceptismo. Independientemente de las diferencias que se puedan establecer entre la obra de Góngora y Quevedo, lo cierto es que buena parte de los poemas barrocos se basan en este recurso para establecer relaciones entre realidades aparentemente dispares. Así se explica la abundancia de los juegos verbales, las metáforas, comparaciones, paradojas, antítesis, hipérboles o las alegorías, ya que todos estos recursos contribuyen a establecer las conexiones mencionadas. La recurrencia del conceptismo no es casual. Si se atiende a las características del movimiento artístico del barroco, se apreciará el gusto por todos aquellos elementos que permitan marcar el carácter inestable de la realidad. El conceptismo es, en definitiva, el medio del que se sirvieron los poetas para tratar de captar esa realidad cambiante que, en muchas ocasiones, no se puede trasladar directamente a la literatura, sino mediante la comparación o relación de realidades distintas. Así lo ejemplifica Góngora en la Fábula de Polifemo y Galatea cuando, queriendo referirse a la piel de Galatea indica: «De su frente la perla es, eritrea,/ émula vana» (vv. 109-110). Al igualar la frente con la perla, el poeta remarca la blancura de la piel de la ninfa.
Como se ha podido apreciar en el verso citado, otra de las características de la poesía barroca es el empleo del hipérbaton. La alteración de la sintaxis a imitación de la estructura de la oración latina, junto con la incorporación constante de personajes de la mitología clásica dan lugar a una corriente poética esencial del barroco: el culteranismo. Desde que Góngora difundiera este estilo poético en las dos obras citadas anteriormente, entre los poetas españoles se generalizó una polémica en torno a sus posibilidades, razón por la cual el término «culto» podía tener un sentido peyorativo. El culteranismo buscaba la elaboración del mensaje, de modo que se potenciara el adorno verbal. La forma métrica predilecta de este estilo fue la silva, una estrofa que no tenía una rima fijada ni un número de versos determinado, razón por la cual se convirtió en la forma más indicada para poemas extensos como la Fábula o las Soledades.
Cervantes cultivó la poesía, siendo el Viaje del Parnaso una de sus creaciones poéticas más elaboradas. Asimismo, produjo una serie de obras pertenecientes a otro de los géneros más desarrollados del barroco: el teatro. Sin embargo, la concepción del teatro que Cervantes había desplegado en una serie de obras teatrales no coincidía plenamente con el gusto de su época. Desde finales del siglo XVI Lope de Vega había ido dando forma a la comedia nueva, una fórmula teatral que logró triunfar en los corrales de comedias y que, por consiguiente, dio lugar a un estilo teatral que dominó la escena española hasta bien entrado el siglo XVIII. La comedia nueva se fundaba en un teatro en verso con abundancia de esquemas métricos, una estructura de la obra fundada en tres actos y una aplicación no demasiado rigurosa de las reglas clásicas fijadas por Aristóteles en la Poética. Por esta razón Lope de Vega se vio obligado a redactar el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609), un texto en el que el dramaturgo expone las líneas fundamentales de su concepción del teatro para defenderse de las acusaciones de los académicos (o «preceptistas»). El gusto de Cervantes queda reflejado entre otros textos, en el prólogo de las Ocho comedias y ocho entremeses, al igual que en la conversación entre el cura y el canónigo del capítulo XLVIII del Quijote. En este, el ideal cervantino queda reflejado en intervenciones como la siguiente:
Es en esta obra, el Quijote, en la que Miguel de Cervantes plasmó las posibilidades del género narrativo, dando lugar a la novela moderna. Para la composición del Quijote, Miguel de Cervantes se sirve de una de las tendencias narrativas de mayor éxito en su época: la continuación de la novela de caballerías. Tras la publicación de Amadís de Gaula, muchos fueron los escritores que continuaron las sagas de los caballeros andantes en los tiempos de Cervantes. Buena parte de estos libros son los que causan la locura de Alonso Quijano, según indica el narrador en la primera parte del Quijote. Con esto se demuestra el aprovechamiento literario que Cervantes hace de la realidad, un rasgo característico de su concepción literaria.
Junto con la
novela de caballerías, los lectores de la época encontraban obras de otras
corrientes narrativas como la novela pastoril y bizantina (cultivadas también
por Cervantes en La Galatea de 1585 y
Los trabajos de Persiles y Sigismunda en
1616, respectivamente), la novela morisca y la novela picaresca. Este último
género resulta de gran importancia para comprender la obra de Cervantes. El
escritor alcalaíno era consciente de que el origen del género se situaba en el Lazarillo de Tormes (1554), tal y como
demuestra en el capítulo X de la primera parte del Quijote. En este pasaje, Cervantes presenta a Ginés de Pasamonte,
uno de los galeotes encadenados a los que don Quijote terminará librando de su
condena a galeras. Cervantes decide crear este personaje en respuesta a Guzmán
de Alfarache, el protagonista de la novela de Mateo Alemán del mismo nombre (1599
y 1605). Es precisamente este personaje el que dota al pícaro de las
características que generalmente se le atribuyen y que le asocian con los
estratos más bajos de la sociedad, como reflejará el propio Cervantes en una de
sus Novelas ejemplares: Rinconete y Cortadillo.
La publicación de las Novelas ejemplares (1613) está estrechamente relacionada con la segunda parte del Quijote. En el capítulo XLIV, el narrador se ve obligado a detener la narración para dejar constancia de una de las indicaciones realizadas por el historiador Cide Hamente Benengeli:
Las características de la poesía barroca parten de un recurso común: el conceptismo. Independientemente de las diferencias que se puedan establecer entre la obra de Góngora y Quevedo, lo cierto es que buena parte de los poemas barrocos se basan en este recurso para establecer relaciones entre realidades aparentemente dispares. Así se explica la abundancia de los juegos verbales, las metáforas, comparaciones, paradojas, antítesis, hipérboles o las alegorías, ya que todos estos recursos contribuyen a establecer las conexiones mencionadas. La recurrencia del conceptismo no es casual. Si se atiende a las características del movimiento artístico del barroco, se apreciará el gusto por todos aquellos elementos que permitan marcar el carácter inestable de la realidad. El conceptismo es, en definitiva, el medio del que se sirvieron los poetas para tratar de captar esa realidad cambiante que, en muchas ocasiones, no se puede trasladar directamente a la literatura, sino mediante la comparación o relación de realidades distintas. Así lo ejemplifica Góngora en la Fábula de Polifemo y Galatea cuando, queriendo referirse a la piel de Galatea indica: «De su frente la perla es, eritrea,/ émula vana» (vv. 109-110). Al igualar la frente con la perla, el poeta remarca la blancura de la piel de la ninfa.
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Fábula de Polifemo y Galatea, Luis de Góngora (Biblioteca Digital Hispánica | ) |
Como se ha podido apreciar en el verso citado, otra de las características de la poesía barroca es el empleo del hipérbaton. La alteración de la sintaxis a imitación de la estructura de la oración latina, junto con la incorporación constante de personajes de la mitología clásica dan lugar a una corriente poética esencial del barroco: el culteranismo. Desde que Góngora difundiera este estilo poético en las dos obras citadas anteriormente, entre los poetas españoles se generalizó una polémica en torno a sus posibilidades, razón por la cual el término «culto» podía tener un sentido peyorativo. El culteranismo buscaba la elaboración del mensaje, de modo que se potenciara el adorno verbal. La forma métrica predilecta de este estilo fue la silva, una estrofa que no tenía una rima fijada ni un número de versos determinado, razón por la cual se convirtió en la forma más indicada para poemas extensos como la Fábula o las Soledades.
Cervantes cultivó la poesía, siendo el Viaje del Parnaso una de sus creaciones poéticas más elaboradas. Asimismo, produjo una serie de obras pertenecientes a otro de los géneros más desarrollados del barroco: el teatro. Sin embargo, la concepción del teatro que Cervantes había desplegado en una serie de obras teatrales no coincidía plenamente con el gusto de su época. Desde finales del siglo XVI Lope de Vega había ido dando forma a la comedia nueva, una fórmula teatral que logró triunfar en los corrales de comedias y que, por consiguiente, dio lugar a un estilo teatral que dominó la escena española hasta bien entrado el siglo XVIII. La comedia nueva se fundaba en un teatro en verso con abundancia de esquemas métricos, una estructura de la obra fundada en tres actos y una aplicación no demasiado rigurosa de las reglas clásicas fijadas por Aristóteles en la Poética. Por esta razón Lope de Vega se vio obligado a redactar el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609), un texto en el que el dramaturgo expone las líneas fundamentales de su concepción del teatro para defenderse de las acusaciones de los académicos (o «preceptistas»). El gusto de Cervantes queda reflejado entre otros textos, en el prólogo de las Ocho comedias y ocho entremeses, al igual que en la conversación entre el cura y el canónigo del capítulo XLVIII del Quijote. En este, el ideal cervantino queda reflejado en intervenciones como la siguiente:
porque de haber oído la comedia artificiosa y bien ordenada, saldría
el oyente alegre con las burlas, enseñado con las veras, admirado de los
sucesos, discreto con las razones, advertido con los embustes, sagaz con los
ejemplos, airado contra el vicio y enamorado de la virtud (Cervantes, 2004:
401).
Es en esta obra, el Quijote, en la que Miguel de Cervantes plasmó las posibilidades del género narrativo, dando lugar a la novela moderna. Para la composición del Quijote, Miguel de Cervantes se sirve de una de las tendencias narrativas de mayor éxito en su época: la continuación de la novela de caballerías. Tras la publicación de Amadís de Gaula, muchos fueron los escritores que continuaron las sagas de los caballeros andantes en los tiempos de Cervantes. Buena parte de estos libros son los que causan la locura de Alonso Quijano, según indica el narrador en la primera parte del Quijote. Con esto se demuestra el aprovechamiento literario que Cervantes hace de la realidad, un rasgo característico de su concepción literaria.
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Principio de la primera parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) |
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Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán (1599 y 1605) |
La publicación de las Novelas ejemplares (1613) está estrechamente relacionada con la segunda parte del Quijote. En el capítulo XLIV, el narrador se ve obligado a detener la narración para dejar constancia de una de las indicaciones realizadas por el historiador Cide Hamente Benengeli:
y decía que ir siempre atenido al
entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las
bocas de pocas personas era un trabajo incomportable, cuyo fruto no redundaba
en el de su autor, y que por huir de este inconveniente había usado en la
primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron la del Curioso impertinente y la del Capitán
cautivo, […] También pensó, como él dice, que muchos, llevados de la
atención que piden las hazañas de don Quijote, no la darían a las novelas, y
pasarían por ellas, o con priesa, o con enfado, sin advertir la gala y
artificio que en sí contienen, el cual se mostrara bien al descubierto cuando por sí solas, sin arrimarse a las
locuras de don Quijote ni a las sandeces de Sancho, salieran a la luz. (Cervantes, 2004. 704)
El
convencimiento por parte de Cervantes de que las novelas son independientes de
un marco narrativo muestra su capacidad para reflexionar sobre la literatura y
proponer nuevos caminos. Así, tal y como afirma él mismo en el prólogo de las Novelas ejemplares, se convierte en «el
primero que he novelado en lengua castellana»
(Cervantes, 2010.52), ya que ha sido el primer escritor consciente de que las
novelas cortas no necesitan ir
integradas en un marcho narrativo (historia de don Quijote y Sancho) para que puedan
ser leídas.
Una de las razones por las que Cervantes puede defender la independencia de estas novelas es la capacidad de estas narraciones para ser publicadas de forma autónoma, aunque todas ellas tengan relación entre sí. La ejemplaridad a la que alude en el título de estas novelas puede entenderse desde una perspectiva estrictamente moral, aunque especialistas como Sieber indican que se trataría más bien de que el lector extraiga una «lección literaria» (2010. 15), ya que en muchas de las novelas no se aprecia la moraleja final que suelen incluir las narraciones propias de la literatura con una finalidad moralizante. En cualquiera de los dos casos, tanto las Novelas ejemplares como el Quijote son dos de los textos que con más profundidad se han estudiado de Cervantes, ya que en ellos se encuentran las aportaciones más significativas de Cervantes a la literatura universal como son el nacimiento de la novela moderna y la reivindicación de la autonomía de la novela corta.
Una de las razones por las que Cervantes puede defender la independencia de estas novelas es la capacidad de estas narraciones para ser publicadas de forma autónoma, aunque todas ellas tengan relación entre sí. La ejemplaridad a la que alude en el título de estas novelas puede entenderse desde una perspectiva estrictamente moral, aunque especialistas como Sieber indican que se trataría más bien de que el lector extraiga una «lección literaria» (2010. 15), ya que en muchas de las novelas no se aprecia la moraleja final que suelen incluir las narraciones propias de la literatura con una finalidad moralizante. En cualquiera de los dos casos, tanto las Novelas ejemplares como el Quijote son dos de los textos que con más profundidad se han estudiado de Cervantes, ya que en ellos se encuentran las aportaciones más significativas de Cervantes a la literatura universal como son el nacimiento de la novela moderna y la reivindicación de la autonomía de la novela corta.
Como vemos, se trata de una de las figuras más destacables del Siglo de Oro, una etapa de la literatura en la que tanto su obra como la de los poetas y dramaturgos mencionados supusieron tales avances para nuestras letras que explican la importancia de los siglos XVI y XVII en la historia de la literatura en español.
Recursos
Para saber más sobre la primera parte del Quijote, en este vídeo se hace un análisis de una de las novelas incluidas, El curioso impertinente:
http://www.ciudad-almagro.com/noticias/32/Nuevas-imagenes-Corral-de-Comedias-en-3D-Google-View
Referencias
bibliográficas:
Cervantes,
Miguel de (2005). Don Quijote de la Mancha (I). ed.
Ángel Basanta. Madrid: Anaya, pp. 9-31.
Cervantes Saavedra, Miguel de (2004). El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, [1605 y 1615]. ed. Alberto Blecua y Andrés Pozo, Madrid,
Espasa Calpe.
Cervantes, Miguel de (2010). Novelas ejemplares I. Ed. Harry Sieber. Madrid: Cátedra.
González
Tornero, Ana (2014). Antología poética
del Siglo de Oro AA.VV. Barcelona: Austral, pp. 19-59.
Montero, Juan
(2006). Antología poética de los siglos
XVI y XVII. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, pp. 7-63.
Vega, Lope de (2012). Arte nuevo de
hacer comedias. ed. E. García Santo-Tomás. Madrid: Cátedra, pp. 13-108.
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